¿Hasta qué punto le sirve al ser humano repetirse constantemente sobre los errores cometidos en el pasado? La constante realidad nos demuestra que la memoria y las palabras carecen de contenido, y la voracidad y el atroz egoísmo nos empuja a seguir cometiendo una y otra vez las mismas atrocidades sin lamentarnos ni arrepentirnos. Pensar que el arte como tal puede cambiar el mundo o por lo menos mejorarlo, es un clavo ardiente al que muchos hoy en día aún se aferran, quizá por ser la única esperanza que le queda a la humanidad. Películas como Gbravica son la prueba de ese baladí dese: un metraje conmovedor, comprometido y desagarrador sea capaz de remover conciencias. ¿Lo consigue?, sí, claro que sí, ¿pero hasta dónde y cuándo lo recordamos?; la sala del cine se ilumina y la realidad consigue borrar la última imágen clavada en la retina.
Aún con todo, unos pocos resisten en la retaguardia, sin desfallecer, apostando por un cine que nos zarande y espabile nuestro aletargamiento. A la vista del número de butacas vacías y la duración en cartelera de estas películas, el resultado no suele ser muy halagüeño, y la esperanza se pierde a la velocidad que los títulos de crédito. Pero hasta que el último aliento espire, nos abrazaremos a la butaca suplicando que aún le quede mucho tiempo hasta de morir.
Gbravica es la hisotira de una mujer violada durante la guerra de Los Balcanes, una superviviente de una historia que no encuentra su fín; una mujer que contempla cada día en los ojos de su hija las miradas lascivas de sus violadores; una mujer que olvidó, por un momento, que todavía existían en el mundo cosas tan bonitas como los puños cerrados de su bebe, el mismo al que había golpeado rutinariamente dentro de su vientre. Gbravica es la historia de centenares de mujeres silenciosas que ven en esta película, ganadora contra todo pronóstico del Oso de Oro Berlín, un reflejo de sus propias voces.
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