
Es difícil alejarse de ciertas imágenes que forman parte de nuestra retina, ausentarnos de aquello que ha alimentado nuestra concepción audivisual o romper con aquellas expectativas que nos arrastran hasta una sala de cine, pero a veces debemos hacer el esfuerzo y mirar vírgenes las películas. Requiem responde a uno de estos casos. Ensombrecida, al mismo tiempo que auspicida por el espíritu de Emily (El exorcista, de William Friedkin) ), Requiem se pasea por unas pocas pantallas de cine sin llegar a cumpliar ninguna de las expectativas marcadas. Nada tiene que ver esta Micaela con aquella Emily, nada tampoco el planteamiento de ambos directores. Requiem recuerda en muchos momentos a Rompiendo las olas (Lars Von Trien), sobre todo el comienzo con sus dos protagonistas corriendo a la iglesia para rezar a Dios, encomendar su alma y sus miedos al Señor, el único que debe encaminar sus pasos. Requiem en definitiva es otra cosa y mucho más.
Se hecha en falta la fala de profundidad en muchos de los personajes, como el de la madre -esencial para el desarrollo de la trama y que al el director no termina de cogerle el pulso- o la propia Micaela. Tiene mucho en común con aquella atormenda de Bess de Rompiendo las olas, ambas prisioneras de su mente, ambas condicionadas por una sociedad que no las entiende. Requiem responde más a ese cine de psicoanalisis que a una película de miedo, siguiendo las pautas de un cine europeo, donde la naturaleza de los personajes eclipsa en determinados momentos la acción de la historia.
Para los que vayan vírgenes al cine, Requiem es un buen ejercicio de seguir cultivando nuestra retina cinematográfica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario