miércoles, 20 de diciembre de 2006

Infiltrados

Después de sus últimos batacazos, Scorsese ha vuelto a tomar el pulso a esto de crear cine para demostrar que, hasta los grades genios, también pueden cometer pequeños errores que, por supuesto, sabemos perdonar. Infiltrados nos devuelve a un Scorsese que sin llegar a rozar sus mejores trabajos, se aproxima a esas películas que le han colocado entre los grandes: Toro Salvaje, Taxi Driver, Uno de los nuestros; o las más recientes y no tan valoradas El cabo del miedo, Casino o la Edad de la Inocencia. Scorsese es de esos directores que se le resiste a la academia a pesar de haber estado nominado varias veces, pero ya sabemos que los Oscars responden más a aspectos comerciales que a verdaderos valores artísticos.
Ese remake de Infernal Affairs de los hongkoneses Alan Mak y Wai Keung Lau (cine que el director sigue muy de cerca), es después de varios trabajos un viaje que no busca ser mayor que la vida misma, un trabajo de introspección al cine puro de acción, aunque con un planteamiento individual frente al colectivo más propio de su anterior película, El aviador. Este planteamiento actoral emerge de interpretaciones tan excepcionales como la de Leonardio DiCaprio, actor que no ha sido bien tratado por la crítica, como suele suceder con aquellos actores a los que se aprecia más por su físico que por su talento -handicap que juega siempre en contra de cualquier esfuerzo que puedan hacer (solamente hay que recordar los esfuerzos fallidos de Marilyn Monroe)-.
La ciudad de Boston se difumina para centrarse la cámara en el rostro de sus principales protagonistas. Boston podía haber sido cualquier otra ciudad, lo importante de Infiltrados es cómo interactúan los personajes entre sí y su entorno, cómo consiguen sobrevivir en un mundo donde la mentira es parte de la realidad. Scorsese ha vuelto y con él su cine más personal: sangre, mentira, juego, dinero y poder.

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